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En estudio dirigido por investigadores de la Universidad de Lovaina (Bélgica) muestra un defecto genético común para ambos tipos de diabetes que podría abrir la puerta a nuevos tratamientos para la tipo 2.
Como explica Adrian Liston, director de esta investigación publicada en la revista «Nature Genetics», «nuestros resultados muestran cómo la genética juega un papel crítico en la supervivencia de las células beta del páncreas, esto es, las células responsables de la producción de insulina.
Y es que según su genotipo, las personas pueden tener células beta más resistentes y robustas, mientras que otras tienen células beta muy frágiles y que no pueden soportar el estrés. Y estas últimas personas son las que desarrollan la diabetes, ya sea de tipo 1 o 2, mientras que las primeras permanecen ‘sanas’ aunque sufran un proceso autoinmune (tipo 1) o una disfunción metabólica del hígado (tipo 2)».
¿Más genética que ambiental?
En el estudio, los autores investigaron las variantes genéticas implicadas en el desarrollo de la diabetes. Y para ello, y contrariamente a como lo han hecho muchas investigaciones previas, no se centraron en los efectos genéticos que alteran el sistema inmune –la alteración provoca que el propio sistema inmune destruya las células beta, apareciendo la diabetes tipo 1– o provocan la disfunción metabólica del hígado –como consecuencia de esta disfunción se produce la resistencia la insulina y el hígado deja de captar glucosa, lo que sucede en la diabetes tipo 2–, sino que se centraron en los genes de las propias células beta pancreáticas.
Los investigadores utilizaron un modelo animal –ratones– genéticamente modificado. Y lo que observaron es que aquellos ratones cuyas células beta tenían un baja o nula capacidad de reparar el daño en su ADN desarrollaban rápidamente la enfermedad cuando sus células beta eran sometidas a estrés celular. Por el contrario, los animales con células beta capaces de reparar su contenido genético no desarrollaban diabetes ni en condiciones extremas de estrés celular. Es más; la fragilidad o robustez de las células beta también se constató en los análisis de tejidos de seres humanos con o sin diabetes, lo que indica que la predisposición genética a tener células beta ‘frágiles’ explicaría la aparición de la enfermedad.
La genética juega un papel crítico en la supervivencia de las células beta del páncreasAdrian Liston
Entonces, ¿el riesgo de diabetes es una cuestión meramente genética en el que no influyen los factores ambientales? No. Como indica Adrian Liston, «si bien la genética es el factor más importante para el desarrollo de la diabetes, nuestro entorno, caso de nuestra alimentación, también juega un papel decisivo. Y es que incluso los ratones con células beta genéticamente ‘superiores’ acabaron padeciendo la enfermedad cuando incrementamos la cantidad de grasas en sus dietas».
Fármacos para la diabetes tipo 2
El nuevo tratamiento, según destacan los autores, podría facilitar el desarrollo de nuevos tratamientos para la diabetes tipo 2 incluso en las fases tardías de la enfermedad –esto es, en las que las células beta pancreáticas dejan de producir insulina de forma definitiva–. No en vano, resalta Lydia Makaroff, de la Federación Internacional de Diabetes (IDF), a propósito de los resultados, «a día de hoy no contamos con tratamientos eficaces para las fases tardías de la diabetes tipo 2. Y los necesitamos desesperadamente. Pero este estudio mejora de manera muy sustancial nuestra comprensión sobre la diabetes tipo 2, lo que permitirá el diseño de mejores estrategias y fármacos para la diabetes en el futuro».
Como refiere Adrian Liston, «el gran problema en el desarrollo de fármacos para las fases tardías de la diabetes tipo 2 es que hasta ahora no contábamos con modelos animales para las fases en las que se produce la muerte de las células beta. De hecho, los modelos previos siempre se han basado en las fases iniciales de la disfunción metabólica hepática, lo que ha posibilitado desarrollar buenos fármacos para tratar los estadios iniciales de la enfermedad».
Y en este contexto, concluye el director del estudio, «nuestro modelo con ratones permite, por primera vez, testar los nuevos fármacos antidiabéticos que actúan sobre las células beta que aún no se han destruido. Hay muchos fármacos prometedores ya en desarrollo que solo necesitaban un modelo animal en el que poder ser probados. Y quién sabe, igual hay compuestos útiles escondidos entre las medicinas tradicionales que podrían ser descubiertos con el empleo de nuestro modelo en ensayos clínicos».
Sobre la diabetes
La diabetes es una enfermedad que padecen cerca de 400 millones en todo el mundo –y más de 6 millones de españoles– y que solo en 2014 fue directamente responsable de 4,9 millones de decesos a nivel global. Una enfermedad que, fundamentalmente, se divide en todos tipos: diabetes tipo 1, que suele desarrollarse en la segunda década de la vida y en la que no se produce insulina; y diabetes tipo 2, que representa el 80-85% de los casos de diabetes y que, comúnmente asociada a la obesidad, se caracteriza porque la insulina no se produce en cantidades suficientes o no es correctamente utilizada. Por tanto, y además de las notables diferencias en los factores ambientales –la diabetes se ha definido como una ‘enfermedad del estilo de vida’–, puede suponerse que ambos tipos tengan una base genética muy desigual.
Como explica Adrian Liston, director de esta investigación publicada en la revista «Nature Genetics», «nuestros resultados muestran cómo la genética juega un papel crítico en la supervivencia de las células beta del páncreas, esto es, las células responsables de la producción de insulina.
Y es que según su genotipo, las personas pueden tener células beta más resistentes y robustas, mientras que otras tienen células beta muy frágiles y que no pueden soportar el estrés. Y estas últimas personas son las que desarrollan la diabetes, ya sea de tipo 1 o 2, mientras que las primeras permanecen ‘sanas’ aunque sufran un proceso autoinmune (tipo 1) o una disfunción metabólica del hígado (tipo 2)».
¿Más genética que ambiental?
En el estudio, los autores investigaron las variantes genéticas implicadas en el desarrollo de la diabetes. Y para ello, y contrariamente a como lo han hecho muchas investigaciones previas, no se centraron en los efectos genéticos que alteran el sistema inmune –la alteración provoca que el propio sistema inmune destruya las células beta, apareciendo la diabetes tipo 1– o provocan la disfunción metabólica del hígado –como consecuencia de esta disfunción se produce la resistencia la insulina y el hígado deja de captar glucosa, lo que sucede en la diabetes tipo 2–, sino que se centraron en los genes de las propias células beta pancreáticas.
Los investigadores utilizaron un modelo animal –ratones– genéticamente modificado. Y lo que observaron es que aquellos ratones cuyas células beta tenían un baja o nula capacidad de reparar el daño en su ADN desarrollaban rápidamente la enfermedad cuando sus células beta eran sometidas a estrés celular. Por el contrario, los animales con células beta capaces de reparar su contenido genético no desarrollaban diabetes ni en condiciones extremas de estrés celular. Es más; la fragilidad o robustez de las células beta también se constató en los análisis de tejidos de seres humanos con o sin diabetes, lo que indica que la predisposición genética a tener células beta ‘frágiles’ explicaría la aparición de la enfermedad.
La genética juega un papel crítico en la supervivencia de las células beta del páncreasAdrian Liston
Entonces, ¿el riesgo de diabetes es una cuestión meramente genética en el que no influyen los factores ambientales? No. Como indica Adrian Liston, «si bien la genética es el factor más importante para el desarrollo de la diabetes, nuestro entorno, caso de nuestra alimentación, también juega un papel decisivo. Y es que incluso los ratones con células beta genéticamente ‘superiores’ acabaron padeciendo la enfermedad cuando incrementamos la cantidad de grasas en sus dietas».
Fármacos para la diabetes tipo 2
El nuevo tratamiento, según destacan los autores, podría facilitar el desarrollo de nuevos tratamientos para la diabetes tipo 2 incluso en las fases tardías de la enfermedad –esto es, en las que las células beta pancreáticas dejan de producir insulina de forma definitiva–. No en vano, resalta Lydia Makaroff, de la Federación Internacional de Diabetes (IDF), a propósito de los resultados, «a día de hoy no contamos con tratamientos eficaces para las fases tardías de la diabetes tipo 2. Y los necesitamos desesperadamente. Pero este estudio mejora de manera muy sustancial nuestra comprensión sobre la diabetes tipo 2, lo que permitirá el diseño de mejores estrategias y fármacos para la diabetes en el futuro».
Como refiere Adrian Liston, «el gran problema en el desarrollo de fármacos para las fases tardías de la diabetes tipo 2 es que hasta ahora no contábamos con modelos animales para las fases en las que se produce la muerte de las células beta. De hecho, los modelos previos siempre se han basado en las fases iniciales de la disfunción metabólica hepática, lo que ha posibilitado desarrollar buenos fármacos para tratar los estadios iniciales de la enfermedad».
Y en este contexto, concluye el director del estudio, «nuestro modelo con ratones permite, por primera vez, testar los nuevos fármacos antidiabéticos que actúan sobre las células beta que aún no se han destruido. Hay muchos fármacos prometedores ya en desarrollo que solo necesitaban un modelo animal en el que poder ser probados. Y quién sabe, igual hay compuestos útiles escondidos entre las medicinas tradicionales que podrían ser descubiertos con el empleo de nuestro modelo en ensayos clínicos».
Sobre la diabetes
La diabetes es una enfermedad que padecen cerca de 400 millones en todo el mundo –y más de 6 millones de españoles– y que solo en 2014 fue directamente responsable de 4,9 millones de decesos a nivel global. Una enfermedad que, fundamentalmente, se divide en todos tipos: diabetes tipo 1, que suele desarrollarse en la segunda década de la vida y en la que no se produce insulina; y diabetes tipo 2, que representa el 80-85% de los casos de diabetes y que, comúnmente asociada a la obesidad, se caracteriza porque la insulina no se produce en cantidades suficientes o no es correctamente utilizada. Por tanto, y además de las notables diferencias en los factores ambientales –la diabetes se ha definido como una ‘enfermedad del estilo de vida’–, puede suponerse que ambos tipos tengan una base genética muy desigual.
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Co-Autor de Vivir con Diabetes: El poder de la comunidad online, parte de los ingresos se destinan a financiar el foro de diabetes y mantener la comunidad online activa.
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