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La escuela más dulce está en el Chuac

En tiempos de ensaladillas y helados, y, sobre todo, con las fiestas gastronómicas a la carrera fin de semana sí y al siguiente también, controlar la dieta se hace bastante cuesta arriba. Los trucos para el verano, como compartir platos cuando toca bodorrio, saltarse el postre o no excluir las verduras optando, por ejemplo, por un gazpacho light (con todo, pero sin pan) son solo algunos de los remedios para que las tentaciones pesen menos.

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Buena parte de estos trucos forman el contenido central de una escuela particular. «Nuestra intención es ofrecer un abordaje integral de la enfermedad, incluyendo la educación», explica el endocrino Alfonso Soto, uno de los implicados en la Escuela de Diabetes que desde septiembre pasado tiene en marcha el Chuac para pacientes para los que bajar de peso es cuestión de salud.

Ana Fernández Alonso es la nutricionista-maestra, que tiene muy claro que «no se trata de ponerles una dieta, sino de tratar de que cambien su forma de comer, crear hábitos de vida saludable y, así, consigan bajar de peso y controlar su diabetes». Porque todos los alumnos de esta peculiar aula, que tienen entre 50 y 60 años, comparten kilos y azúcar de más y muchas complicaciones por ese exceso. «Vienen siempre, no faltan, y eso que muchos son de lejos», subraya.

Por el momento, se han integrado en estas llevaderas y salteadas clases cuarenta enfermos para un curso que durará seis meses, con un año más de mantenimiento. «Nuestra intención es llegar a más de cien pacientes», apunta la profesora, cuyas enseñanzas son bastante prácticas. «Les doy recetas para que les sea más fácil», apunta de un temario que incluye, además de nociones claras sobre las consecuencias de la diabetes, las claves del etiquetado nutricional para aprender a huir de lo menos sano, cómo hacer la compra, trucos para la Navidad o comer fuera de casa sin pasarse, y, también, la importancia de moverse y hacer ejercicio.

Cada clase incluye el pesaje y la medición de grasa. «Están bajando», dice con satisfacción Ana Fernández: hasta 12 kilos ha perdido alguno de los aventajados alumnos.

«A miña cara xa debe parecer unha horta, só como verduras»

Las clases de la Escuela de Diabetes del hospital coruñés no tienen otra pretensión que facilitar a los enfermos lograr el objetivo de controlar su enfermedad, a través del cuidado de la alimentación. De ahí que se espacien en el tiempo y, además, se imparten en grupos reducidos de cinco o seis pacientes. Entre ellos, Héctor Ángel, que reconoce que «si hiciéramos lo que nos dice ella (por la nutricionista), seguro que estábamos mejor». Ya ha sufrido un infarto y lleva 120 kilos en su cuerpo de 1,65 de alto. «Llegué a pesar 140 cuando trabajaba, pero lo prefería, porque me encontraba mejor», dice ahora un hombre que confiesa su debilidad por «comer y beber». Para no faltar a clase en la escuela del Chuac, hace 60 kilómetros, porque vive en el municipio de Teixeiro.

De un poco más cerca, Arteixo, es Rogelio López, que la mañana de clase se levantó con 240 de glucosa, aunque «houbo días que cheguei a 530», asegura. «Algún quilo sigue sobrando», dice este cardiópata -una angina y tres stents lleva en el pecho- de 75 años. El azúcar empezó a darle problemas hace una década y valora la asistencia a las clases de Ana Fernández porque «enséñanos a comer mellor». Y pone ejemplos: «Eu antes collía por exemplo unha caixa de cereixas, e alá ía; agora confórmome cun puñado».

«A grasiña gustáballe moito», dice Pilar Búa, su mujer, que lo acompaña a la sesión de nutrición en el Chuac «porque sempre se aprenden cousas, algunha receita, un truco...». Pese a los achaques, Rogelio no pierde el humor: «Na nosa casa, salvo a cadela todos somos diabéticos», comenta no sin gracia sobre el dispar impacto de la enfermedad en su familia: «Eu paso fame; ela (por su señora) come ben. Mira se non, a miña cara xa debe parecer unha horta, só como verduras».

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